No les puedo negar que
el día anterior miré por lo menos 3 ó 4 mudas de ropa para ponerme, no tenía ni
idea de cómo vestirme ni como peinarme. Cuando por fin encontré la pinta que
para mí era la más adecuada el problema ya era otro; me encontraba en las
puertas de esa enorme universidad y lo único que pasaba por mi mente era ¿qué
voy a hacer? Yo no conozco nada ni a nadie ¿y si me pierdo? ¿Y si no puedo con
esto y me queda grande? Y así no lo crean aún lo sigo pensando.
Pues así pasó la primera semana llena de miedos e
inseguridades y el temor de hacer el ridículo… pues les cuento que hasta me
resbalé en el auditorio… muy penoso ¿no? Pero… ¿qué sería de esta vida si a uno
no le pasaran cacharros? Ya aprendí que mis tennis son muy lisos y que tengo
que poner más cuidado. Y se llegó el gran día: el primer día de clases tuve
clase de derecho con una profesora lo más de formalita que nos dio muchos
ánimos y nos dijo que estábamos empezando una de las etapas más maravillosas de
nuestras vidas, y que salí yo diciendo…
a esto está muy fácil… pero luego conté con la malísima suerte de llegar a una
clase con un profesor muy estricto que
los mejores ánimos que nos dio fueron: ya se tienen que ir olvidando del novio,
de los partidos de fútbol, de ir al estadio, de ir a farriar, ya lo único que
tienen que amar es esta carrera…
Pues con esos consejos
que nos dio, no creo que ningún joven de mi edad saliera como muy contento…
Pero bueno aquí voy
midiéndome el aceite y dándola toda para cumplir mi meta de ser una
profesional.
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